Desde la perspectiva retórica, el discurso violento (y la violencia en general, pienso yo) activa asociaciones de masculinidad y rebeldía (y juventud) que se espera sean acpetadas como positiva por el público al que van dirigidas, pero también afirma el propio poder de quién violenta: violento, porque puedo, es decir, porque tengo el poder que me permite violar reglas que otros no. Así, el discurso violento también contribuye a la desligitimación de esas reglas, las cuales ahora aparecen como violentas: el violento no soy yo sino quienes no quieren que haga esto que ellos llaman violento. Mas que miedo a aquello contra de lo que se violenta, este tipo de violencia expresa la valentía de enfrentarlo. Es esencial, por lo tanto, que el discurso violento presente las reglas que viola como preponderante, poderoso y no, como suele hacerlo el oponente, como defendiendo a las minorías, los débiles. En boca de la derecha, por ejemplo, las reglas de respeto a la diversidad se presentan como impuestas por aquellos que están en el poder, mientras que desde la izquierda se presentan como logros en la defensa de los más débiles. La retórica del poder es paradójica: nuestro poder es legítimo porque es rebelde y se levanta valiente contra el poder ilegítimo preponderante. En este sentido, la estrategia de los malos modales en neutral respecto al eje de izquierda-derecha, pero no el eje conservador-liberal en tanto la cortesía puede fácilmente asociarse a lo convencional en el sentido de lo establecido y conservador.