Filosofía pública en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, México

Entre las cosas que me gustaría existieran, pero dudo hacer yo mismo alguna vez es leer una historia sobre la filosofía pública dentro de la historia del Instituto de Investigaciones Filosóficas. Actualmente, escuchamos mucho que la filosofía académica debería volverse más pública, y tal vez sea cierto (yo no lo creo, pero ese es otro tema), pero no hay que olvidar que la filosofía académica mexicana, en general, y lo que se hace en el Instituto de Investigaciones Públicas en particular, siempre ha tenido un componente público y hasta activista muy importante.

Cuando se habla, que es poco, de lo que el Instituto ha hecho para injerir en la realidad concreta nacional fuera de ‘la torre de marfil’, siempre sale a colación el trabajo que se ha hecho por años alrededor de los derechos reproductivos de las mujeres. Y es cierto que debemos sentirnos muy orgullosos de tales aportaciones – aunque yo no debería hablar en primera persona, pues yo no hice nada en este rubro – también me parece que esto dice mucho sobre el resto de la mucha filosofía pública que se ha hecho en el Instituto. En particular, nos dice que mientras que hay casi un consenso de qué fue algo bueno el haber contribuido así al debate público sobre los derechos reproductivos en México, el resto de las contribuciones de nuestros investigadores (y estudiantes) han sido mas, mucho mas controvertidos.

Dicha historia debería tener capítulos sobre, entre otros sucesos, el trabajo continuo que se ha hecho sobre derechos de los animales por, entre otros, Alejandro Herrera y Gustavo Ortíz Millán y, por supuesto, la fundación de la Red Mexicana de Profesores de Lógica y el resto del trabajo de llevar la lógica y la teoría de la argumentación al público en general y especialistas de otras áreas, como el derecho y la medicina, por Raymundo Morado, pero no sólo él. También debería jugar un papel central Alessandro Tomassini, y su trabajo pionero en el blog filosófico a principios de siglo, además de su trabajo en medios masivos como la televisión. Debería mencionarse también el involucramiento con el movimiento zapatista de investigadores cómo Luis Villoro, Ángeles Eraña y Guillermo Hurtado. Otro episodio interesante son las columnas de opinión en el periódico La Crónica y la renuncia pública a su espacio por parte de Juan Antonio Cruz. Hablando del Dr. Cruz, no podemos olvidar su participación (y la de otros) en el debate público alrededor de la pandemia, especialmente su participación en la elaboración de la Guía para Asignación de Recursos Médicos en Situación de Contingencia y la posterior reacción en su contra. Todos estos esfuerzos de vincular la filosofía académica con discusiones y problemas concretos fueron y siguen siendo muy controvertidos, aún en nuestro propio medio. Creo poder recordar de cada uno de ellos, una o varias colegas expresando su desaprobación o, en casos extremas, haciendo un esfuerzo activo para sabotear o neutralizar dichos esfuerzos, con resultados proporcionales a su poder dentro y fuera de la universidad.

Si hemos de sacar moralejas generales sobre todos estos sucesos es, reitero, que es imposible hacer filosofía pública sin decir y defender cosas controvertidas y que esto es especialmente complicado si se trata de hacer en un marco institucional. Es por ello que los derroteros de la filosofía pública de espacios institucionales como el Instituto han estado íntimamente ligados a (las posiciones políticas de) sus autoridades.

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